
Para explorar las arrugas del tiempo, quizá necesitemos valernos de los sueños para no perdernos en ellas. Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) lo sabía, se atrevió a transitar por ellas y aprendió que nunca es posible volver al mismo lugar. Sobre esta experiencia, escribió:
La atmósfera vibraba y se veía difícilmente a su través. En el horizonte había un sol pálido y tembloroso; al extremo opuesto surgía la luna. Entonces extendí ambos brazos para orientarme y poder ir hacia la ciudad, pero ésta ya no existía.
La atmósfera vibraba y se veía difícilmente a su través. En el horizonte había un sol pálido y tembloroso; al extremo opuesto surgía la luna. Entonces extendí ambos brazos para orientarme y poder ir hacia la ciudad, pero ésta ya no existía.
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